Crítica de ‘La buena suerte’ | Una hermosa historia sobre las segundas oportunidades

Gracia Querejeta, una de las mejores retratistas de las relaciones humanas dentro del cine español, vuelve a acertar con La buena suerte, adaptación de la novela de Rosa Montero.


La película es una colección de personajes heridos, en busca de refugio, redención y, sobre todo, conexión emocional. Eso, una vez más, vuelve a ser el fuerte de la directora, una experta, como decíamos, en poner el foco en lo humano, el corazón y el alma de los personajes, con excepcional sensibilidad y elegancia. El resultado es una película sorprendentemente hermosa, pero también llena de luz y esperanza, que deja un regusto suave al público y plantea interesantísimas reflexiones sobre las relaciones entre padres e hijos, o la impotencia de los primeros ante las decisiones vitales que toman los segundos, o sus aspectos de personalidad que no pueden ser moldeados mediante la educación paterna.

Es verdad que, una vez comprendemos la dimensión absoluta del drama que vive Pablo, interpretado por un excelente Hugo Silva, queda la sensación de que, a nivel dramático, la historia podría haber dado más, y que las notas de thriller podrían, o deberían, haber tenido más protagonismo. Pero esa hubiera sido otra historia, diferente de la que quiso contar Montero en la letra impresa, y de la que cuenta Querejeta en la pantalla. Desde luego, hubiese sido una narración no tan esperanzadora, no tan catártica, y mucho menos hermosa.

Una vez más, la realizadora de Siete mesas de billar francés se revela como una excelente directora de intérpretes, como demuestra la presencia de un sensacional Miguel Rellán, que tiene a su cargo muchos de los momentos cómicos de la cinta, o por supuesto la interpretación de una Megan Montaner a la que ya se está tardando en reconocer como una de las mejores actrices de su generación, si no la mejor. Su Raluca es como la película: dulce, llena de bondad y esperanza, sin doblez, y la oscense la interpreta con una naturalidad, un carisma, y una mezcla de fragilidad y determinación que es un regalo para ver en la pantalla. Pantalla grande, eso sí. Vayan al cine, por favor.

Una película de reconciliación, con el pasado, con el presente, con el futuro, y con un mundo que, muchas veces, parece borrar lo humano y lo bueno. Por suerte, las Ralucas, Pablos o Felipes que nos encontramos están ahí para demostrarnos lo contrario.

Lo mejor: Su mensaje de esperanza ante la adversidad, y las interpretaciones de Hugo Silva, Megan Montaner, Paqui Horcajo (impecable como la seca oficial de policía Jiménez) y Miguel Rellán.
Lo peor: La trama del secreto que guarda Pablo podría haber dado para más.


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