Nerea Rojo (Valladolid, 1976) interpreta actualmente, en el Teatro Karpas, a Sheila Birling en ‘Ha llegado un inspector’, a Nuria en ‘Melocotón en almíbar’, y a la mujer de Leonardo en ‘Bodas de Sangre’. Tres personajes y tres textos absolutamente distintos entre sí que hablan de la versatilidad de nuestra protagonista.
En esta entrevista, la intérprete vallisoletana nos habla en detalle de los tres personajes que interpreta actualmente en la sala madrileña, desgranando también su trabajo como actriz de doblaje.
¿Cómo fueron tus comienzos en la interpretación?
Yo soy actriz de casualidad. De pequeña, aunque era muy tímida, me encantaba ver danza y teatro. Además, mi madrina movía espectáculos en Valladolid, que es de donde yo soy, y siempre nos llevaba a verlo todo. A mí me encantaba, pero nunca me atrevía a hacer nada, porque era muy tímida. Sin embargo, cuando hacíamos teatro en el colegio sí me soltaba más, y mis profesores se sorprendían mucho conmigo. Una de las optativas que teníamos era música y zarzuela, y aunque no me dieron nunca un personaje principal, me quedó el gusanillo. Después empecé a hacer algunos cursos de teatro en centros culturales y también me apunté a un grupo de aficionados que hacían teatro musical. Con ellos comencé haciendo una sustitución en El diluvio que viene, en el personaje de Consuelo, y claro, a mí, que era tan tímida, me daba mucha cosa empezar interpretando a una prostituta (risas). Pero me salió bien. Luego, compañeros de otro curso me animaron a hacer las pruebas para la ESAD de Valladolid, aunque fuera por probar y tener esa experiencia, pero también conseguí entrar.
Cuéntanos un poco sobre esa formación en la ESAD.
Fueron unos años maravillosos, aunque en aquel momento aún no era una escuela oficial. Se llevaba muchos años luchando para que lo fuera, y finalmente se consiguió, pero fueron unos años estupendos. De mucho trabajo, pero maravillosos. Además, los profesores y la formación eran muy buenos. Mi maestra, Yolanda Monreal, era ya profesora en la RESAD, en Madrid, y se desplazaba hasta allí cada dos días para darnos clase. Recuerdo mucho también a Alfonso Romera, profesor de Voz y Ortofonía. Aprendimos muchísimo, y además era una clase muy equilibrada, con siete alumnos y siete alumnas, y la verdad es que disfruté mucho. Unos años muy intensos, de mucho ensayo, mucho trabajo, probar muchas cosas, coger seguridad, perder la vergüenza, y darse cuenta de si de verdad vales para esto. Y que lo descubra el resto, claro. Al final, es el público el que decide.
¿Cómo llegas a Karpas?
Al terminar la carrera me vine a Madrid para estudiar doblaje y buscarme la vida. Al siguiente año, hice una obra de teatro en Valladolid, con la que además hicimos gira, y poco después una compañera me mencionó que en Karpas necesitaban a alguien para La casa de Bernarda Alba. Hice la prueba para Magdalena, me lo dieron, y a partir de ahí he seguido en Karpas hasta ahora.
La supervivencia de Karpas en la escena teatral de Madrid es increíble. ¿Cómo lo vivís vosotros?
Es una lucha, porque la oferta teatral de Madrid es inmensa, y hay mucha gente que desconoce las salas pequeñas, aunque vaya mucho al teatro. Sin embargo, cuando lo descubren, les gusta mucho. Intentamos que sean obras reconocidas e importantes, de Lorca, Ibsen, etc, y esa cercanía y ver a los actores trabajando en estado puro hace que la gente vuelva. En nuestro caso, además, tenemos un público muy fiel, que vuelve siempre porque le gusta mucho ese encanto de las salas pequeñas. ¡Y menos mal! (risas)
Tenéis también muchas funciones infantiles. Siempre se dice que el infantil es el público más difícil y exigente.
Es que es el público más sincero. Los niños no tienen filtro, y tanto si les gusta como si no, te lo van a decir, y se nota mucho en su reacción. Yo disfruto mucho las infantiles, porque me encantan los niños, y me encanta saludarlos al final, hacerme fotos con ellos… es muy divertido. Me gusta mucho esa cercanía con ellos y ver que se divierten. De hecho, me ha ocurrido que, con otras madres del colegio de mi hijo, me han reconocido porque habían venido a ver nuestras funciones. Incluso me han llegado a mandar fotos en las que aparezco yo como Caperucita, como Cenicienta, como Blancanieves, con sus hijos mayores. Fotos que incluso tenían impresas y pegadas en el cabecero de la cama, como si fuera Elsa de Frozen (risas). Eso es un regalo inmenso, se me pone la carne de gallina sólo de pensarlo. Es muy bonito ver que tu trabajo tiene esa repercusión y que los niños lo recuerdan con tanto cariño. Eso es lo que me hace más ilusión. Uno no es consciente como actor de que pasa mucha gente por esta sala, y es precioso poner cara a nuestro público y que nos cuenten estas anécdotas tan bonitas.

Hacéis cada fin de semana varias funciones muy diferentes entre sí: tragedia, comedia, infantil… ¿Cómo lográis pasar de un género a otro con tanta rapidez, manteniendo el estado de ánimo y el carácter de cada personaje y cada obra?
Con el tiempo, uno se habitúa. Karpas es supervivencia: hay que hacerlo, y tenemos mucha práctica en ese cambio de obra tan rápido. Te adaptas, y nos apoyamos mucho en los ensayos. Ahí es donde fijas cosas y anclas mucho ese estado. Cada función es diferente, además, y cada día aprendemos cosas nuevas y buscamos nuevos matices. Pero los ensayos son muy importantes, por lo que te dice el director, lo que aportan los compañeros, y lo que encuentras tú en el personaje a diario. Los ensayos son el momento de anclar todo eso, y con cada función vas sumando cosas. Los cambios de vestuario y escenografía también ayudan mucho, y al final no te cuesta nada. El público también ayuda mucho, porque el ambiente en la sala no tiene nada que ver de una obra a otra.
En Ha llegado un inspector, de J.B. Priestley, interpretas a Sheila Birling. ¿Cómo es este personaje?
Sheila es una mujer joven, que vive una existencia muy acomodada, llena de lujos, con un prometido que es como el Hombre del Año de Forbes. Durante la obra, al ver que su familia no es tan perfecta como creía y al ver los secretos que guardan todos (incluida ella), se da cuenta de que la vida no es tan bonita como creía, y termina madurando. Ella se da cuenta de que, lo que para ella era una tontería, una anécdota, para otra persona es un mundo. Ese es el fondo de la obra: cómo afecta un mismo acontecimiento a diferentes personas. Cómo nuestras acciones inciden en los demás. Cómo lo que para unos no es nada, para otros puede tener toda la importancia del mundo, o ser la gota que colma el vaso. Hasta qué punto podemos empatizar. Sheila descubre cómo todos los miembros de su familia van cayendo, y lo que han sacrificado, y eso le hace plantearse qué responsabilidad ha tenido ella en la situación. Lo vemos al final, de hecho. Sin desvelar nada, en la reacción a lo que dicen sus padres, vemos que Sheila ha crecido como persona. Los hijos aprenden. Los padres, no.
En Bodas de sangre, tu personaje es la mujer de Leonardo. ¿Qué reacción os llega del público ante un texto tan hermoso y con una emoción tan potente?
Nos llegan muchas cosas. La reacción del público es espectacular, y es lo que hace que nos vayamos felices a casa. Con que a una sola persona le llegue y le emocione, ya hemos hecho nuestro trabajo. El texto, además, es impresionante. Siempre se habla de que Almodóvar entiende y escribe muy bien a las mujeres en cine. Yo creo que, en teatro, es Lorca uno de los que mejor entiende también a las mujeres. Entiende tanto esa sensibilidad femenina, que te lo pone muy fácil, dentro de lo difícil que es. Es muy bonito y muy fácil comprender a los personajes. En el caso de esta obra, como yo ya interpreté a la novia hace años, ahora veo el conflicto desde el otro lado como la mujer de Leonardo, y eso es muy interesante. Ella entiende el amor desde otro sitio: la novia lo entiende desde la pasión, y ella desde ese lugar de esposa más tradicional, a la que le ha tocado eso, pero que lo quiere también, mucho. Para ella, descubrir que su marido quiere a otra y que se le escapa como arena entre los dedos, es muy duro. En Bodas de sangre entiendes a todos los personajes: la traición, la pasión, la ira de la madre… esa emoción es tan palpable que llega al público, y mi personaje además tiene una mezcla de fortaleza y fragilidad que me encanta. La nana con la que comienza la función, ese tira y afloja con Leonardo, cómo incluso defiende a su prima, pese a todo, porque la quiere… ella sabe lo que pasa, pero sabe que, si se enfrenta a ello, su mundo se rompe. Es un problema que muchas mujeres sufren y han sufrido durante muchísimos años, y Lorca lo refleja con esas palabras y esas imágenes tan bellas, tan potentes, que es un regalo.

(cartel de Luis Burgaz)
Haces un cambio total de tercio con Melocotón en almíbar, comedia de Miguel Mihura. ¿Cómo trabajáis el pulso cómico, tan difícil, en una obra que necesita de tanta precisión cómica?
Hacer comedia en general es muy complicado. Ninguna función es igual de un día a otro, y el público te da una respuesta inmediata con la risa. Es un engranaje, como un reloj, en el que está todo muy medido, y nosotros, como actores, notamos cuando hay una pausa de más, por ejemplo. Cuando encuentras un público muy duro, que no se ríe, que está ahí pintado… empezamos a sufrir (risas). Siempre pensamos que algo no estamos haciendo bien, aunque no es así. Pero hay que continuar, obviamente, aunque no se rían. Encontrar ese punto de comedia, pero sin pasarnos de frenada, es lo que trabajamos también en los ensayos, pero escuchar cómo respira el público ese día es muy importante. Gracias a eso, notamos mucho cómo tenemos que ir de rápido, o cuándo alargar más las pausas porque el público se está riendo mucho. Y hacerla es divertidísimo, nos lo pasamos genial. A veces, de hecho, es muy complicado no reírnos nosotros también.
Nos ha ayudado también la dirección conjunta de Manuel Carcedo y Ana Vélez. Ana nos aportó muchas cosas, como el comienzo en el coche, o la frase de “sin pecado de la vida”, que hace mucha gracia al público. El director siempre es el capitán del barco, el que recoge las propuestas de todos y las convierte en el resultado final.
En Karpas también hacéis muchas funciones escolares, para institutos. En un momento en el que tenemos la sensación de que los jóvenes consumen la cultura a velocidad x2 y sin disfrutarla realmente, ¿cómo percibís la implicación de los adolescentes con el teatro?
Depende del grupo, pero en general la reacción es muy positiva. Yo diría que hay esperanza. Además, nos ocurren cosas muy bonitas con los institutos, como que muchos estudiantes vuelvan después a la sala, ya por su cuenta, para ver otra función. Simplemente que vengan, que tengan el interés de acudir con su instituto a ver la función (porque no es obligatorio), ya es un logro. En general, entienden muy bien las obras y son respetuosos. Es una manera muy bonita de descubrir los textos, y de ver cosas nuevas en los personajes de esas obras que ya han leído previamente en clase. A algunos incluso les pica el gusanillo de actuar.

Eres también actriz de doblaje. ¿Cómo ves el estado de la profesión actualmente, y la amenaza de la inteligencia artificial?
Yo he trabajado con un par de productoras de doblaje, y sobre todo he hecho locución para empresas y muchos audiolibros. ¡Más de 100! Y hace poco me ofertaron grabar para, precisamente, alimentar a la inteligencia artificial, porque es una tecnología que necesita de muchas horas de tu voz grabada para poder imitarla. Me dio mucho respeto, porque ¿cómo vamos a poder tener control sobre nuestra voz, si ya hay una máquina que lo hace por nosotros y corrige los fallos? Yo no pensé que llegaría tan rápido la IA, y la verdad es que es preocupante para nuestros trabajos. Es abrumador. Además, es importante defender que el trabajo de doblaje es mucho más que la voz. Nos apoyamos en el cuerpo para interpretar, y le ponemos nuestras emociones. Creo que hay una parte de alma que no se puede replicar, y que tiene que prevalecer.
Yo, por ejemplo, trabajé muchos años para la ONCE, haciendo libros concretos para personas muy concretas. Trabajé también con libros de texto, en los que yo tenía que ser los ojos de un niño invidente, pero sin descifrar el ejercicio, claro, para que lo pudiera hacer el niño, con lo que también pones mucha alma, como decía. Y eso la inteligencia artificial no lo puede sustituir.
A modo de conclusión, ¿hay algún trabajo o personaje que quieras hacer? ¿Algo que tengas como un objetivo?
¡Muchas cosas! Una Lady Macbeth me parecería una brutalidad. Cuando una avanza y va cumpliendo años, dejas de tener acceso a algunos personajes, como puede ser Melibea en La Celestina, claro, pero se te abren otras puertas. Por eso, una Lady Macbeth sería increíble. El audiovisual es algo también que tengo pendiente, pero por ahora me sigue tirando más el teatro, tener al público ahí, en vivo, y continuar con el doblaje.
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