Crítica de ‘Los domingos’ | La mejor película del año, y un ejercicio de absoluto virtuosismo por parte de Alauda Ruiz de Azúa

No es nada fácil hablar de Los domingos.

A la vista está, de hecho, por el debate, necesario y sanísimo, que está generando en los espectadores. Una maravilla, por cierto, que una película, española, además, se convierta en tema de conversación y análisis entre compañeros de trabajo, amigos o familiares.


Lo que sí debería estar claro es la magnitud cinematográfica de una Alauda Ruiz de Azúa en estado de gracia, que consigue su mejor película hasta la fecha (y estaba alto el listón, tras Cinco lobitos) y su primera obra maestra. Porque sí, Los domingos es una obra maestra.
Y lo es porque es una de esas rarezas del cine a las que es imposible sacar defectos. Sus casi dos horas pasan volando, lo que equivale a decir que es entretenidísima (melón a abrir entre cinéfilos: una película excelente que aburra hasta la saciedad al respetable, ¿puede seguir considerándose una buena película? Ahí queda la pregunta). Cada frase, cada decisión de guion tiene una razón de ser. Nada es aleatorio en el puzzle perfecto que ha construido la cineasta de Barakaldo. Todos los personajes están perfectamente construidos, tengan más o menos tiempo en pantalla. Observen, si no, el ejemplar tratamiento de la relación tambaleante entre Maite y Pablo, la importancia de la abuela, o la presencia de las hermanas pequeñas de Ainara. Todo, absolutamente todo, tiene un por qué y un significado en una historia sin mácula que habla precisamente de eso, del sentido de la vida, de los deseos más profundos de las personas y cómo los demás los reciben, juzgan, o incluso rechazan.

Porque, ¿qué es la vocación religiosa de Ainara? El mejor acierto de Ruiz de Azúa es no juzgar a ningún personaje, y no juzgar ninguna de las posturas representadas en la película. Así, es el espectador el que tiene que decidir qué pensar, o a quién otorgar su favor, de ahí el debate previamente mencionado. Ainara, ¿es una joven decidida y de voluntad férrea que quiere perseguir su vocación cueste lo que cueste, o es una persona herida y traumatizada por la pérdida de su madre, de quien se aprovecha la Iglesia en un momento de vulnerabilidad? Maite, la tía de Ainara, ¿es una mujer manipuladora y amargada, celosa de la libertad de su sobrina (una libertad que ella no conoce), o es alguien genuinamente preocupada por ver cómo Ainara cae en las garras de una institución que la controla? Son preguntas a las que la directora no da respuesta, entre muchas otras, y el resultado es una cinta sin mácula, maravillosa, emocionante, emotiva (¡qué final!), con una utilización soberbia de la música y un trabajo técnico impecable.

Además, Ruiz de Azúa demuestra una vez más que es una excelente directora de intérpretes, capaz de extraer algo extraordinario de los ojos y la sensibilidad de la debutante Blanca Soroa (atención a cuando reza de rodillas, llorando, tras un funeral) en una interpretación fabulosa, o de potenciar todavía más el momento sensacional que vive Patricia López Arnaiz. No hay ahora mismo en España una actriz en mejor forma que ella. Lo que es capaz de transmitir es de otro planeta.

La mejor película del año. Quien quiera quitarle la corona (¿quizás el Hamnet de Chloé Zhao?) tendrá que esforzarse, y mucho.

Lo mejor: Todo. Es una obra redonda.
Lo peor: Nada.


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