Félix Gómez (Carmona, 1977) interpreta por tercera vez al teniente Ernesto Selva en La Caza: Irati (Movistar +), cuarta temporada de la exitosa ficción policiaca de DLO Producciones. Asimismo, podemos encontrarlo también en los Teatros Luchana, interpretando Si alguna vez hubo un nosotros, un hermoso texto escrito y dirigido por Ignasi Vidal que explora los motivos y consecuencias de una ruptura de pareja.
En esta entrevista, el intérprete sevillano nos habla de sus recientes trabajos, entre los que se incluye también la película Mr. Nadie, en la que da vida a un hombre en situación de vulnerabilidad social.
¿Cómo valoras el momento presente en tu carrera?
Es un muy buen momento. Me siento muy agradecido. Parece que esta frase la decimos muchos actores y se ha convertido en un tópico, pero es cierto. No hay mejor palabra para definir momentos como este. Primero, se cumple un sueño, que es trabajar de tu profesión y llevar ya una carrera larga, pero es que, además, de repente, se juntan varios proyectos, que llevas persiguiendo desde hace tiempo y florecen a la vez, y además tienen una muy buena aceptación por parte del público… Es un equilibrio muy bonito, y con una mano vas cruzando los dedos también, deseando que esto dure mucho. Además, detrás de cada trabajo hay mucho curro detrás, y un gran equipo. No es que te haya venido la Virgen a ver (risas), aunque también se tiene que dar un factor suerte, de que los astros se alineen, y parece que nos está ocurriendo.
Entrando en Si alguna vez hubo un nosotros, ¿cómo llegas a este proyecto?
Llegué un poco a matacaballo. A Ignasi y a Pedro, director y productor de la función, se les ocurre levantar este proyecto, y me llaman a mí para interpretar a Jaime. De hecho, ellos querían estrenar el 1 de septiembre, pero yo, como afortunadamente llevo un año de muchísimo trabajo, me había reservado tres semanas para irme de vacaciones en agosto. Entonces, Ignasi me dijo: “Oye, ¿y si te vas de vacaciones, pero te estudias el texto, y en vez de ensayar en un mes ensayamos en dos semanas, y lo haces?” Era una locura, pero le dije que me enviase el texto, y al leerlo me enamoré. Me emocionó, me tocó las fibras que tenía que tocarme, y de repente sentí las ganas de encarnar a Jaime, de decir lo que dice y de transitar sus emociones. Y así ha sido, por lo que me pasé las vacaciones estudiando (risas). En la playa, ¡o sea que ni tan mal! A partir de la segunda semana, que ya tenía el texto memorizado, empecé mi proceso creativo, porque yo, cuando ya he interiorizado el texto, sueño con él, me levanto con él, lo llevo en la mochila todo el tiempo… así que bueno, han sido unas vacaciones un poco diferentes, pero ha merecido la pena.
Háblanos de Jaime, tu personaje.
Fíjate, un amigo que vino a ver la función el otro día me dijo que el personaje es un “calzonazos”. Yo pienso que no. Es un hombre que está enamorado. Se ha enamorado, y acepta muchas cosas que no debería haber aceptado, pero es consciente de ello y se va dando cuenta, pero está enamorado. Él lo dice: está enganchado a la piel de esta persona, a su olor. Hay algo casi animal, incluso. Y me dolió que mi amigo dijera que es un “calzonazos” (risas), porque yo no lo veo así. Es un tío que se enamora, que va a al 100%, que quiere pelear por esa relación, pero llega un momento en que ve que no puede luchar más, y que lo único que le queda es bajar de ese tren. Y él se baja, con todo el dolor de su corazón, a pesar de que la sigue amando. A pesar de que le encantaría volver a encontrársela y que Marla le dijese “he cambiado, soy feliz”, pero sabe que ella no está preparada. Y él no está preparado para que ella no esté preparada. Así, me parece que Jaime es alguien que, a pesar de dejarse arrastrar por la locura de amar, intenta ser coherente consigo mismo. Él entiende el amor así, como una entrega total a la otra persona, y hace lo que puede con lo que tiene.
Tanto Noemí Ruiz, tu compañera en escena, como tú hacéis un trabajo corporal impresionante, que nos dice mucho de los personajes, casi tanto o más que las palabras. ¿Cómo has trabajado el personaje corporalmente?
La primera vez que nos reunimos con Ignasi, comenzamos a ver cómo íbamos a hacer todo, cómo iba a ser el escenario, etc., y nos dijo que íbamos a estar los dos solos en escena. Ella en un lado, yo en otro, pero sin nada más. Ni una silla, ni una mesa, ni un atril donde apoyarnos… nada, sólo el texto. Yo pensé: “¡La madre que te parió!” (risas). Era muy difícil. Una hora quieto delante del público, en mi burbuja… entonces, buscas cómo lo puedes hacer, y te diré que, según voy haciendo funciones, cada vez hago menos gestos. Al final, en el escenario, el cuerpo va encontrando su sitio, y vas encontrando en esos silencios cómo el personaje va transitando sus emociones.
Yo me imagino que, en esos momentos, el tiempo va a otra velocidad en la nube de Jaime. Al final, la función es un recuerdo, una revisión a través de la memoria de lo que pudo ser y no fue, por decirlo de alguna manera. Entonces, era muy difícil encontrar eso, pero fui hallando esa corporeidad de esos silencios, de esos recuerdos, y en eso me fui apoyando y encontrando el camino para transitar y para encarnar el texto, y estar contándolo también con el cuerpo.

En la función, conocemos la historia de un amor que no puede ser, por mucho que los protagonistas quieran. ¿Crees que eso es lo que más recibe el público, o con lo que más se puede sentir identificado cada espectador?
Esa es la historia que se cuenta en esta función, sí. Yo siempre digo que cuando estás con amigos o con amigas, y hablas de tus relaciones, lo que me ha pasado a mí no necesariamente es lo que te tiene que pasar a ti. O lo que me ha funcionado a mí, a lo mejor a ti no te sirve. Está claro que esta es una historia de amor que no puede ser, por mucho que empujen estas dos personas. Pero creo que lo bonito, y lo que hace que todos nos enamoremos de este texto, es que se tocan muchos palos de esa relación, y al tocar diferentes aspectos de la vida de estas dos personas, durante esos cuatro años, el espectador se siente identificado con diferentes momentos. No es necesario tomar partido por Jaime o por Marla. Hay cosas de ambos que te van a resonar, y eso es lo bonito de esta función. Por supuesto, cada espectador tiene su opinión, claro. Igual que me dijeron que Jaime era un “calzonazos”, también hay quien piensa que Marla está loca. Siempre va a haber gente que se identifique sólo con uno o con otro, pero para mí lo bonito es cuando te identificas con cosas de los dos. Es lo que hace especial esta función.
En una función tan íntima, además, y con tan pocos elementos en escena, la respuesta que os da el público, esa conexión que se establece con vosotros como intérpretes es más importante que nunca.
Absolutamente. Yo tuve un maestro que decía que, en la interpretación, el 50% te lo daban los compañeros. Tú tienes que ser generoso y también dar, egoístamente, porque lo que das es lo que vas a recibir, y entre todos se crea lo que hay que crear. En el teatro, un porcentaje muy, muy importante nos lo da la energía del público. En la comedia es muy evidente, porque si no está la risa se nota mucho, claro, pero en el drama se nota también. Yo vengo de hacer Nerium Park, en Nave 10, y allí sentía muchísimo el sobrecogimiento del público. Esos silencios, en los que podías escuchar caer un alfiler, esa tensión que se podía cortar con un cuchillo… eso te da mucho, muchísima información de cómo está yendo la función. Además, es una energía infinita, que se retroalimenta continuamente.
En esta función hay un poco de ambas cosas. No es una comedia, desde luego, porque no lo es, pero tampoco es un drama puro. Es una reflexión íntima, casi una conversación entre amigos, porque perfectamente podría ser una conversación con un colega. En esas situaciones, con un colega, puedes estar llorando, pero a la vez te estás riendo, y a la vez pensando en lo tonto que has sido, pero también en cómo se ha comportado ella… Esa es la energía que tiene el texto, y tú lo tienes que sentir en el público, porque además te vienes arriba, y te creces. Es como una pelota de ping-pong: la tiras y vuelve. Cuando se da esa comunión entre escenario y público, eso es una fantasía. Cuando eso ocurre, es magia.
Acabas de estrenar también La Caza: Irati (Movistar +). Vemos en esta ocasión a un Selva muy diferente al que conocimos en Tramuntana. ¿Cómo has trabajado ese recorrido del personaje?
El salto desde Guadiana a Irati son cinco años. Para los que no hayan visto la serie, no vamos a desvelar lo que pasa, pero ese gran evento que ocurre en Guadiana afecta muchísimo a los personajes, y especialmente a Sara Campos (Megan Montaner) y también a Selva. Los personajes tienen que arrancar en ese momento. Para mí había un miedo, y lo hablé con Agustín Martínez, el creador de la serie. Es muy goloso para un actor que te den un personaje que esté envuelto en el drama y el dolor, porque los actores nos recreamos y hacemos la interpretación de nuestra vida, pero para mí como espectador es muy cansino. Por ejemplo, viendo El cuento de la criada me pasa eso. Me da ganas de decirle a la protagonista que deje ya de sufrir, que se vaya y no vuelva ahí nunca más (risas). Entonces, yo le decía a Agustín que Selva estaba sufriendo, teníamos que hacerlo, pero no ha dejado la Guardia Civil. Él sigue en activo, y hay algo por lo que se queda, por recuperar eso que ha perdido. Él piensa que ha fallado, se considera un mal guardia civil. Está continuamente fustigándose, y necesita volver a sentirse un buen profesional, volcándose en este nuevo caso. Encontrar ese equilibrio entre el dolor, la pesadumbre, el pozo en el que está metido y la acción fue lo más difícil.
Por suerte, tanto los directores, Rafa Montesinos y Javier Pulido, como Agustín y yo estábamos en el mismo barco, y creo que lo hemos conseguido. Hacer un Selva que sólo es guardia civil y obviar lo que ha pasado no tenía sentido, porque lo que pasa al final de Guadiana es muy salvaje y no podíamos obviarlo.

En esta temporada, Selva tiene nueva compañera, Gloria (Silvia Alonso), con la que tiene una relación bastante tirante. Háblanos de ese trabajo con Silvia.
Ha sido muy divertido. Silvia y yo ya nos conocíamos, por haber interpretado a dos mejores amigos en Fuerza de paz (TVE), por lo que ya había una química y un entendimiento entre nosotros. Además, los dos estábamos muy al servicio del guion. Agustín tiene mucha maestría para escribir los guiones, y estaba todo ahí. Si lo sabes equilibrar, que es lo más difícil, lo tienes.
El lugar, la Selva de Irati, es un personaje más de la trama.
Sí, eso pasa siempre en La Caza. Al final, el público reconoce las temporadas por el lugar en el que están ambientadas: Monteperdido, Tramuntana, Irati… Ahora ya es cierto que mucha gente identifica también el nombre genérico de La Caza, pero las localizaciones tienen mucho que ver, desde luego.
La temporada, además, ha tenido una recepción excelente. El paso a Movistar + ha sido muy positivo, porque se le ha dado otra oportunidad a la serie.
Sí, desde luego. Es una “segunda vida”, por así decirlo, que no esperábamos tener, y la recepción por parte del público está siendo una gozada. Está gustando mucho, y además Movistar está volcada con ella, y cuando te sientes cuidado y querido, mola mucho (risas).
Has estrenado también en agosto la película Mr. Nadie, dirigida por Miguel Ángel Calvo Buttini, en la que interpretas a Daniel, un hombre sin hogar que vive en las calles de Madrid. ¿Cómo preparaste este personaje tan importante?
También tuve poco tiempo, porque surgió entre otros dos proyectos y sólo teníamos un mes y medio para rodar y preparar todo. Yo le decía a Miguel Ángel que me encantaría hablar con la persona en la que está basado Daniel, para intentar comprender, porque es un personaje que es muy difícil de entender, pero Miguel Ángel me decía que no está basado en nadie real. Además, analizando el personaje tampoco veía un referente claro, una referencia exacta, porque no existe. Entonces, para mí hubo un trabajo muy claro de estudiar el guion, de intentar analizar el arco de ese personaje que estaba ahí escrito, de Dani, y luego intentar encontrar la fisicidad en personas reales. Pasé mucho tiempo en Lavapiés, por ejemplo, observando a personas reales. A veces era un poco incómodo, porque estaba un poco “espiando” a personas que, de por sí, estaban en una situación de mucha vulnerabilidad. Pero había algo que necesitaba ver, necesitaba “robar”, y sobre todo comprender. Entonces, hubo mucho trabajo de observación, intentando no invadir, intentando no molestar, ni torpedear la vida de alguien que se encuentra en esa situación. Así que se basó en esos dos pilares, la observación, y también muchas conversaciones con el director, para ver cuáles eran las inseguridades y miedos de Daniel.

Cuando nos enteramos, además, de por qué está en esa situación, es una cosa muy loca. Al final, vemos a una persona que, desde que hace lo que hace, comienza su autocastigo. Para mí es una bajada al infierno. Yo me lo imaginaba como un alma esperando la barca de Caronte para cruzar la laguna Estigia, en ese lugar en el que ni sientes ni padeces y vas vagando sin rumbo. Por eso me imaginé esa manera de caminar, por ejemplo. Además, es una persona que no habla, no se comunica, no interactúa con nadie, ni siquiera con otras personas que viven en la calle. Él quiere estar solo. Su vida se ha convertido casi en un cilicio, con el que se va apretando y ahogando. Si el personaje de Aina no apareciera, este personaje terminaría muriendo de agotamiento vital, se dejaría morir, y un día aparecería en ese río al que se va a bañar. Creo que ese hubiera sido su final.
Para concluir, ¿en qué más te vamos a poder ver próximamente?
He rodado la película Tres de más, que dirige Mar Olid, y estrenaremos la nueva temporada de La que se avecina, la decimosexta, y hay también más proyectos de los que aún no puedo contar nada, pero pronto tendréis más detalles.
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