Pablo Derqui (Barcelona, 1976) interpreta en Un tranvía llamado Deseo a Stanley Kowalski, el visceral protagonista masculino del montaje dirigido por David Serrano, que nos traslada a la Nueva Orleans de los años 40. La llegada de Blanche DuBois (Nathalie Poza) a la casa de su hermana Stella (María Vázquez) supone un auténtico desequilibrio en el hogar de los Kowalski, al chocar frontalmente con su rudo cuñado, Stanley.
En esta entrevista, el intérprete barcelonés nos habla largo y tendido sobre su personaje en el clásico de Tennessee Williams, y comparte detalles de sus proyectos recientes y futuros.
¿Cómo valoras el momento actual en tu carrera?
Me encuentro en un buen momento. Es un balance positivo. Esta carrera es tan larga y fluctuante… hay momentos en los que puedes tener meses un poquito bajos, pero después encadenas otros meses en los que sí tienes mucho trabajo. Estoy en un momento muy tranquilo, y contento con lo que estoy haciendo. Con pocas ansiedades, que eso sí me ocurría más cuando era más joven. Ahora estoy muy tranquilo, y eso también es un logro. Poder estar tranquilo en esta profesión no es fácil, porque siempre estás en la cuerda floja y nunca sabes cuándo vas a volver a trabajar. Te tienes que acostumbrar a la incertidumbre. Así que estoy contento, muy feliz.
Al interpretar un texto clásico como Un tranvía llamado Deseo, ¿se siente una mayor responsabilidad al interpretarlo?
Probablemente sí, pero no es malo. Es un texto clásico, una obra maestra, y por eso ha perdurado. En ese sentido, sientes la responsabilidad de poder trasladarlo lo mejor que puedas, para honrar ese texto y ese trabajo de Tennessee Williams. Pero este tipo de obra es un regalo. Es una suerte poder hacerla. Este tipo de textos son muy buenos, muy ricos, se pueden hacer de mil maneras y tienen muchos colores posibles. Entonces, es una suerte, y una oportunidad. Es una responsabilidad, pero muy positiva.

¿Cuál ha sido el mayor reto a la hora de enfrentarte a un personaje como Kowalski?
Estoy en ello todavía, es un trabajo que continúa cada noche, con cada función. No siento que haya llegado a ninguna cima ni que me haya costado mucho. No, no, es un proceso abierto, y estoy en ello. Es un personaje que tiene muchas caras, y si bien, por ejemplo, de entrada puede parecer un “malo”, o un personaje rudo, violento y punto, tiene muchas caras. Yo intento darle mucho más volumen, para que el espectador pueda ver la tridimensionalidad del personaje. Entonces, no siento que haya llegado todavía a ningún hito. Eso es lo bonito también de este trabajo.
El público, además, noche tras noche, proyecta una energía distinta que te ayuda, como actor, a representar cosas nuevas.
Sí, sí, sin duda. Así es. El público siempre respira diferente cada noche. Hay públicos muy risueños, que se ríen como si estuvieran viendo una comedia (porque la obra tiene también esos puntos cómicos), y otros que no se ríen nada. Públicos que se emocionan mucho y otros que menos. Eso es lo bonito del teatro, esa es la magia. La gente te pregunta: “¿Vas a repetir lo mismo no sé cuántas noches?”. Pero nunca es igual. Es como un partido de tenis: sabes las reglas, tienes la raqueta, pero cada partido es diferente y pueden pasar mil cosas. El teatro es lo mismo. Además, tengo la suerte de que los compañeros son muy buenos, con lo que en cada función me aportan también cosas distintas, réplicas distintas. Es muy divertido.
Ese humor en la obra, ¿lo habéis trabajado de alguna forma especial?
No, está en el texto. Nos hemos ceñido al texto. No hemos querido cargar tintas de nada. Hemos buscado trasladar el texto de Tennessee Williams a la escena de una forma contemporánea. Sí que es verdad que, al indagar y leer mucho sobre la obra, nos dimos cuenta de que hay más humor del que se esperaría en la obra. De hecho, cuando se estrenó, sorprendió mucho eso, porque el público se moría de risa, sobre todo con Stanley, que se ríe mucho de Blanche y tiene una manera de hablar muy chabacana. Así, aunque es una tragedia, tiene esos puntos también de comedia.
Kowalski representa, en una de sus aristas, esa masculinidad tóxica que la sociedad actual, afortunadamente, rechaza mayoritariamente. ¿Cómo has trabajado esa parte?
También estoy en ello. Kowalski es un hijo de inmigrantes, primera generación, y una persona que se ha hecho a sí misma. Sin estudios, o con muy pocos estudios, y se ve muy representado por ese lema de Estados Unidos, a partir de la Segunda Guerra Mundial, del “si tú quieres puedes”. Entonces, es un hombre que no tolera las medias tintas ni la fragilidad, y cuando siente que se ríen de él, muerde. Entonces, desde esa fragilidad e inseguridad, Blanche aparece en su vida y lo pone todo en cuestión. Se ríe de él, amenaza con llevarse a su mujer… evidentemente, es una masculinidad que hoy en día veríamos como tóxica, pero es muy rica para mí como intérprete, porque tengo que darle veracidad y ver su cara humana. Yo creo que es una persona frágil, con pocos recursos emocionales y que, cuando se siente en peligro, muerde.

¿Qué representan Blanche y Stella para Stanley?
Blanche es una amenaza, una amenaza que pretende invadir su espacio y alterar el status quo de su vida, incluso desmembrándola, llevándose a su mujer.
Stella es todo para él. Hay un punto hasta algo patológico en Stanley, es uno de esos hombres que no saben distinguir el amor de la posesión. También hay que encuadrar esa actitud en una época concreta, pero él sin Stella no es nada. Él basa su seguridad en Stella. Luego se le puede ir la mano y ser violento, pero como tantos maltratadores, sin ella no es nada. Stella es su vida, y Blanche es una amenaza.
Cuando, en escena, miras a los ojos de Nathalie Poza y María Vázquez, ¿qué te dan ellas como actrices?
Son muy generosas las dos. Todos los compañeros del elenco lo son. A Nathalie ya la conozco desde hace tiempo, porque trabajamos juntos hace tiempo, y muy intensamente, además, en Desde Berlín. Nos buscamos mucho, tenemos mucha complicidad en escena. Con María no había trabajado, y es un regalo. María es una actriz que siempre está muy viva en escena, muy conectada con el momento presente. Entonces, cada día es diferente, y resulta muy divertido. Las interacciones van para un lado o para el otro, son distintas, pero nunca hay error. Eso es muy bonito.
¿Cómo ha sido el trabajo con David Serrano, vuestro director?
David es una persona muy tranquila, muy despreocupada, en el buen sentido. Nos deja hacer, y también es muy buen “cocinero” de los diversos ingredientes necesarios para poner en escena esta obra.
¿Es más necesaria que nunca la voz de Tennessee Williams en este momento actual?
Sí, creo que sí, porque subraya mucho la importancia de la empatía. En el caso del Tranvía, la tragedia es que, aunque todos los personajes, de una forma u otra, tienen razón, por malentendidos, por no saber comunicarse y por no saber empatizar, estalla la tragedia. Hoy en día, más que nunca, hace falta empatía. Es terrible cómo nos estamos acostumbrando a lo que está sucediendo. Yo me siento estúpido hablándolo, porque lo lógico sería que nos echáramos a la calle todos a gritar y a exigir que termine lo que está pasando. Tennessee Williams siempre presenta personajes desfavorecidos, o que están en pozos de represión emocional, machacados por una falta de empatía tremenda. Entonces sí, creo que es importante, porque es un autor que reivindica la empatía, y es muy necesario.
Ya hemos comentado la influencia del público en vuestra interpretación, pero ¿cuál está siendo la reacción de los espectadores al terminar la función? ¿Qué os transmiten?
Es una reacción muy calurosa y muy bonita. Hay personas que nos esperan al salir para saludar y decirnos que les ha gustado mucho, que les ha sorprendido cómo el texto les toca todavía hoy, o que había cosas que no recordaban así. También hay una reacción muy positiva a nuestra interpretación. Obviamente, están los referentes de Vivien Leigh o Marlon Brando, pero no se nos está comparando con ellos, y el público recibe nuestra interpretación con mucho cariño. El mejor favor que le podemos hacer el texto es hacerlo desde nosotros mismos. Así es como lo escribió Williams, además. No escribió a Kowalski pensando en Brando. Claro, luego llegó este actor, con aquella forma de interpretar nueva, y se convirtió un poco en el padre de los actores modernos, pero la obra es previa. El público nos hace llegar que disfruta mucho la función, y eso es muy gratificante. Por eso seguimos haciendo los clásicos, porque siempre son actuales y no pasan de moda.

Este año, también te hemos visto en las series Su Majestad y Los sin nombre. Háblanos de cómo han sido estas experiencias.
Su Majestad fue muy, muy divertida. Es una sátira muy necesaria e inteligente de una institución, en mi opinión, caduca y muy trasnochada, pero que tiene un papel importante en este país y hay que respetarla. Me parece muy sano que nos riamos de estas cosas y hagamos sátira. Creo que Borja Cobeaga y Diego San José han escrito algo muy inteligente, y creo que puede haber continuación. Borja me llamó para hacer ese personaje, y dije: “¡Por supuesto!”. Vamos, estaba claro. Lo único que me chocaba era hacer de padre de Anna Castillo, pero bueno, uno va teniendo una edad (risas).
En el caso de Los sin nombre, yo tenía muchas ganas de trabajar con Pau Freixas desde hace mucho tiempo, y ha sido un gusto. El guion está muy bien escrito. Cuando los leí, me gustaron mucho. Eso es un placer, cuando los guiones ya están escritos y muy pensados, y te llegan a ti, como actor, ya tal cual se van a rodar, es un gusto. Muchas veces, se cambian los guiones mientras se rueda, y ahí ya meten baza muchas otras personas, y se desdibujan muchas cosas que los autores del guion ya “dibujaron” para que tuviera un valor artístico. En este caso no fue así, ya estaba todo pre – diseñado muy bien. Yo creo que la serie es un “petardo”, está muy bien.
El año que viene te veremos también en Minotauro, Picasso y las mujeres del Guernica, de Julio Medem. ¿Qué nos puedes avanzar de esta película?
Es una película que está en posproducción ahora mismo, porque fíjate: la rodamos en República Dominicana simulando ser París, con muchísimo croma y, claro, eso conlleva mucho trabajo después de posproducción. Ha sido una gran sorpresa y un regalo, porque yo admiro a Julio desde siempre. Comencé a ver cine con sus primeras películas: Tierra, Los amantes del círculo polar, La ardilla roja, Vacas… y ahora poder trabajar con él, e interpretando a Pablo Picasso, es un gustazo. Cuando me llamó para hacerlo, le dije: “No sé si voy a poder, pero evidentemente sí, quiero hacerlo”. Lo he pasado muy bien, y es una película muy interesante, muy curiosa. Es una aproximación artística, de autor, muy Medem, de lo que Picasso tenía en su cabeza al pintar el Guernica.
¿Cómo se trabaja un personaje como Pablo Picasso?
Hay muy poco material videográfico de Picasso, por lo que leí mucho, tropecientos libros. Y, como decíamos antes, haciéndolo propio. Por muy extraño que parezca, cuando tienes que recrear algo, cuanto más genuino lo hagas más te puedes acercar. Para que sea genuino, tienes que conectar primero contigo. Conectando contigo, aparecerá el personaje.
Te veremos también en la película En el enjambre.
Sí, está también en posproducción. Es el debut de Óscar Bernàcer en la dirección, y he descubierto a un realizador muy potente, mucho, con una energía muy bonita y positiva. Con poco presupuesto ha hecho algo increíble. Es un guion también muy interesante, que reflexiona sobre la idea del bien común. Se trata de la historia de una aldea autogestionada, y cómo eso a veces crea problemas.

Como actor que has trabajado mucho con tu voz, haciendo locuciones, ¿cómo ves la llegada de la inteligencia artificial?
Es preocupante, sin duda. Hay muchos compañeros muy asustados. Hay que legislarlo, mucho y seriamente, y parapetar todo esto. Tiene una parte muy buena, porque es una locura todo lo que se puede hacer y lo que está por venir, pero luego están también los derechos de cada persona. Yo confío y quiero pensar que el alma de cada uno no se puede replicar, pero claro, se acerca mucho, así que hay que legislar. Existe mucha preocupación dentro del sector, sí.
Por suerte, el teatro no se puede sustituir. Por pomposo que suene, es una ceremonia, y además tan antigua, que sale de las propias entrañas del ser humano. Es algo atávico, incluso, y no va a desaparecer. Es muy difícil vivir sólo del teatro, no se puede. Los sueldos son mucho más altos en el audiovisual, y si quieres vivir de la interpretación tienes que estar abierto a tocar muchos palos, pero el teatro es siempre lo que a mí me reconcilia con esta profesión. Una obra al año es necesaria. Cuando me subo al escenario cada noche, pienso: “Por esto soy actor”. A veces te pierdes de vista, sobre todo en el audiovisual, que va muy rápido, y se busca mucho el resultado, y eso va en contra del oficio, de lo bonito, que es elaborar los personajes. El teatro siempre te reconcilia con la esencia del oficio.
Para concluir, ¿crees que esa rapidez que mencionas hace que, muchas veces, los espectadores no se tomen el tiempo necesario para apreciar bien las historias, sino que saltan de una a otra sin reflexionarlas?
No lo había pensado desde ese lado, pero es posible. Sí me da la impresión de que, desde el punto de vista de los creadores, desde luego que ocurre. Muchas veces, se replican fórmulas que ya hemos visto mil veces y no aportan nada nuevo, porque hay que producir mucho y muy rápido, por lo que la originalidad se pierde, y va en detrimento de la calidad. Quizás los espectadores también consumen muy rápido, desde luego, pero bueno, ¡bendito problema tener muchas series para elegir! (risas). Pero los creadores de contenido, si lo hacen todo en serie, pensando solamente en llenar parrilla, pierden capacidad de riesgo. Se arriesga poco, porque se quiere llegar al máximo público posible. ¿Por qué? Volviendo a lo de antes, cuanto más genuino seas, más universal puedes ser después.
Descubre más desde Mucho más que series
Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.